lunes, 13 de enero de 2014

Miedo de las montañas rusas.

Miedo. Eso es exactamente lo que siento. Miedo de quererte, miedo de ilusionarme; miedo de decepcionarme, miedo de que descubras lo que de verdad soy. Miedo de que no me entiendas, de que no me aceptes, de que me des la patada y me eches de tu vida. En definitiva, creo que tengo miedo de ti y todo lo que quererte conlleva.
Empiezo a pensar que es el miedo más absurdo del mundo, ¿cómo se puede temer a la persona que quieres? No le encuentro sentido, y es porque no lo tiene.
No sé, llevo mucho tiempo en la escalada de tu montaña rusa, sé que la caida no tardará en llegar... y es de lo que tengo miedo. La caída se aproxima, siento como mis pies se aferran al suelo, suelto las manos y empiezo a sentir ese cosquilleo incómodo pero placentero en la barriga. La caída ya es inevitable, eso es algo que sé, pero también sé que puedo encontrarme dos tipos de caídas: la primera, inesperada, que te coge de golpe y te destruye por fuera y por dentro, como si fueras una pequeña casa en el epicentro de un huracán; las segundas, aunque también inesperadas, son las que te hacen gritar de alegría, que se te duba la adenalina y se te dilaten las pupilas.
Ciertamente, esta última es la que quiero que sea mi caída. Y, definitivamente, de lo que tengo miedo es de que llegue la primera, acabe con todo lo bueno y solo me deje dolor.

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