domingo, 6 de marzo de 2016

Disminuyendo la velocidad.

Hasta que llega algo que te hace plantearte que tienes que echar el freno, que no puedes seguir viviendo a esa velocidad que apenas tú puedes seguir, que vivir rápido no está bien si lo que quieres es disfrutar de la vida, porque te acabas perdiendo los mejores momentos, los que parecen insignificantes, los pequeños, aquellos que a esa velocidad no se pueden ni apreciar.

Entonces caes en la cuenta de que eres incapaz de vivir de forma tranquila y sosegada, de hacer las cosas despacio, porque nunca nada ni nada ha llamado tanto tu atención como para tener que frenar un poco, porque si no encuentras esas cosas pequeñas que te llenen, de nada sirve ir despacio.

Y ahora que puedes, que has encontrado algo que te abra los ojos y te guíe por la realidad de las cosas que antes te parecían poco importantes, aprovecha y agárrate como a un clavo ardiendo a esto sabiendo que esta vez, si consigues relajar el ritmo y disfrutar de todo aquello que apenas percibes a tu velocidad, podrás vivir así el resto de tu vida y, sinceramente, lo agradecerás.

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